Sueño

Un acto de gato muerto
muerde la tela que oculta
el sonido del día.

Hay licores que emanan de ti:
pétrea-aguda.

Siento el vaso caer a cámara lenta,
la copa frágil:
lana enredada en los dedos
cosidos de aguja,
finas vértebras.

El miedo no tiene imagen propia
El miedo es un espejo en el que
nadie se reconoce.

Dime, Amor
¿Por qué tengo un solo nombre?

Soy el desastre que olvidaré mañana
-Siéntate y espera-
El domingo viene a verme con su atuendo negro de cobrador del frac.

-Siéntete como en casa
No queda otra-

Negros zapatos, negro como el uniforme de un colegio de monjas. Negro. Como la felicidad si se recuerda.

Hay secretos que se gritan con el aliento de un canto sordo.
Deseo, deseo
deseo que se rompa la cárcel
que sustenta mi deseo.
Qué tontería,
cubro con un mantel
aquello que me dice:
-Mira qué colores de blanco inmaculado
te esperan-
Juego a un juego que despistaría
al tablero de la muerte,
querida amiga, siéntate a la mesa,
prueba las deliciosas almendras,
los frutos rojos.

Esta pasión no desmerece las cruces que te impusieron

Yo no creía.
Yo no, creía.
Yo no.

Muy sola en el camino de la realidad
hay algo que me atrae a lo inesperado.

Descubrir su olor arruinará mis esperanzas.

Soy de esas personas que odian los paraguas.

De esas que rompen con furia

las varillas

en los bordes de las aceras

y se bajan la capucha respirando,

-si es que el agua las sorprende.-

 

Soy de las que pasean despacio,

sin prisa, dejando arrastrar los pies

por los cruces desbordados.

 

En ocasiones, imagino que la lluvia

está llena de diminutos dedos infinitos

rebeldes e insistentes

índices amables que intentan indicarnos el lugar

donde descansa la verdad de nuestros cuerpos fútiles

dedos como gotas que resbalan por la frente

golpeando con su llanto nuestra huida.

 

Y sin embargo

y a pesar de todo

no hago más que volver al mundo que se me exige

a ser de nuevo una chica que se inunda los playeros en los cruces que se anegan del rojo a la esperanza y a la guarida de la que se huye

y a la que corremos.

La que no existe.

 

Y después me reiré complaciente

sin saber que el frío que no cede

es el único refugio.

 

Pero no, no hay refugio

no hay guarida en mi y eso me libera.

 

Quiero caminar despacio,

cada vez más despacio

porque sé que cualquier llovizna débil

agotará su pulso

mucho más fuerte que yo

 

A pecho abierto te suplico
que no entre la noche en mi casa,
por favor,

que no entre la noche en mi casa,
que no caiga sobre mi.

triste y pequeña esperanza
ya no sé si es verdad que respiro
o es un juego de mentiras que recitan
los que no viven ahogándose lento
los que piensan que hacerse fuerte no es tirarse al suelo de rodillas

al menos -me consuelo-
yo he dañado con lo dedos,
la superficie del falso fondo
y aún sin aire , me he rendido.

Cómo huir por la ventana
a la playa de los olvidados, la de los fugitivos
es el secreto que me guardo
y el cuerpo que se abre y se cierra en la esquina fría de esta habitación

(Descosida)

Ven a la noche

Quiero terminar esta noche con la luna en la boca, quieta, muy quieta, tumbada en el  suelo gris y frío de la noche. Noche que respira noche. Noche que golpea en el pecho mejor que la conciencia. Dulce boxeadora, aún me espera. Espera el sonido que viene a lo lejos, no es una premonición. Has estado aplazando la vida y ahora la vida te aplastará a ti con sus cuatro ruedas, sus cuatro ruedas Seat o sus cuatro ruedas Mercedes. Qué más da, qué más da la clase, el dinero, nunca importó, la noche dice que va a ir sobre ruedas y la crees. Bailas tu último silencio con ella. Creas espejismos, posibilidades que no se cumplieron, sonríes. Quién no querría morir aquí, acunada como niña en las faldas de la noche. Noche aplastada por la vida. Noche que corre ya sobre mi y a ningún sitio

Pero me aparta.

Al norte

Hay algo en tus ojos que me acercan
de improviso a la playa,
a las cáscaras que esconden bajo las sombrillas
los gorrioncillos de la cornisa azul,
al vuelo de la paloma adulta a la presa inerte.

Pero hoy te he visto acercarte a mis labios
como un niño que cubierto de arena
espera en la orilla el golpe de frío

Y he sentido miedo.

No me abandones,
todavía es invierno
y el veneno aún flota en el agua.

Ojalá todo este fuego

Ojalá que todo este fuego sea la prueba de tus palabras y no un miedo antiguo de haber sobrevivido a quien que ya te había olvidado

Ojalá que este fuego no sepa que tengo miedo a perderte, algún día, entre las grietas de esta casa que hoy es tan fuerte que nos guarda sin cerradura

Yo sé que todo este fuego no existe, como tampoco existieron, en el pasado, los parques ni las noches de piedra encendida y olor a hierba. Los amigos que perdí.

Aquí en la ciudad olvidada, aún espero su regreso, amor de amores. Y que todo lo que llueva intensamente se parezca a ti.

Discúlpame, el tiempo es una tormenta que se enciende entre los dedos y escribe su despedida:

-Querida, ayer morí mil veces. ¿Quién se atreve a fingir de nuevo?

«Cariño, eres una zorra»

Están hablando de otra persona. Todo lo que sentí en el pasado ya no me pertenece. Esos sentimientos ya no me pertenecen. Ahora habito otra carne y otros huesos. Nada de ese tiempo me pertenece. No existo para los que antes me conocieron, soy una extraña y así deberán tratarme hasta olvidarse de mi nombre, porque tampoco es mío. Porque antes me llamaban bosque y yo respondía, porque antes me llamaban agua y yo respondía. Pero ahora bebo de los mares en los que se ahogó mi nombre y sobrevivo de ello. Así me llamen -Vida- o me llamen -Puta-, o me corran con un pulgar el rojo de los labios. No existo. Y tú. Tú. Vuélveme la cara con las manos sucias ¿Quién te crees que soy? ¿Quién te has creído que soy? Ni agua ni bosque ni puta. Soy una canción fúnebre al sol de la fosa de tu cementerio. Acabaré con los hijos de los hijos que nunca tuviste y entonces, solo entonces, podrán llamarme agua y también bosque y por supuesto, puta. Y ningún dedo volverá a señalar mi cuerpo, mi cuerpo que ya no es el mio. Mi cuerpo desnudo, mi pecho, mis pezones duros, qué ofensa, qué ofensa eh, padre, Santo Padre. Masculinidad divina. La tierra se muere, pero qué pecado la desnudez de mis pezones, qué pecado ser mujer, el cuerpo de una mujer.

La Devastada

Escupo en la cara de La Devastada

 

Me río de ella

A veces intento tirar con fuerza de su cabello

Retorcerle la piel del brazo

Pellizcar sus mejillas

 

De nada sirve

 

Otras quisiera cortar de un tajo la pequeña raíz de su juventud

masticar el líquido derramado en las comisuras blandas, tan blandas como el tedio

 

Odio la piel de La Devastada

 

su ropa de tela fina

esa mueca de verdad pálida, inamovible, cansada cuando sonríe

No me gusta ese gesto en su cara

Es agobiante

Me consume la cadencia de sus pasos lentos por el pasillo

la mano sin gracia apoyada en el pecho

la pulcritud de un corazón que a todo teme pues no amaina un latir en el No

Pobre ingenua

No me gusta La Devastada porque ella me conoce y conoce mi nombre

Sabe cuál es el verdadero blanco de mis ojos

el exacto tono que debe haber en el rojo de mi sangre

en las venas de mi muñeca

Entiende bien mis estados de ánimo y tal vez por ello

los ignora

Nadie sabe mejor que ella cuánto la detesto

 

Porque yo soy La Devastada

 

Y yo me odio, me arrastro y me pellizco y no quiero verme

Y si alguno mira

Yo me escupo y me desnudo y me afrento

Y no me amo

Tampoco importa

Porque yo soy La Devastada

 

 

Yo nunca pido perdón

 

 

 

 

 

 

La claridad del desierto

esconde un invierno en cada ventana

pero, ¿en cuál de todas está

la verdadera edad de las flores?

 

Tirano y violento

tu cuerpo ahora se levanta inofensivo

y por cada grieta que se estrecha en

este cuarto, sin saberlo, se evapora

 

La claridad del desierto

esconde un invierno en cada ventana

crea un círculo rojo

aquel que empuja una rosa al agua

y sin embargo, no existe ese gesto

ni el corte

 

La ausencia no tiene testigos

la ausencia no sabe que es hoy

la verdadera edad de las flores